Estaba
entrando al cementerio, ya se acercaba el mediodía del sábado, el sol estaba
potente sobre nuestra cabeza, no había mucha actividad, algunas personas visitando
a sus familiares, las flores iban entrando en brazos de hijos meditabundos y
padres nostálgicos, cuándo, a lo lejos, se asomaba un rostro peculiar, seguido
de más afines a ese, eran niños, con escaleras, baldes con agua, trapos para
limpiar, algo terrosos y con aspecto cansado, se acercaban a ti como una turba
sin control de ternura y acongojo, al no saber con quién entablar conversación,
a quién darle una “propina”, “Unos centavitos señorita, hoy no he comido y
tengo hambre”, las reacciones varían según receptor, pero creo que más de uno
podría relacionar a uno de esos niños con el suyo propio, o su hermano, o su
primito, que debe salir a pedir dinero porque no tenía que comer.
Es
muy poca la importancia que le damos a uno de estos niños, solo los miramos y
decimos: “pobrecitos”, sin proceder con alguna alternativa de solución, de
proyección, ayuda, retroalimentación, sin darles de nuestro tiempo para poder
acercarnos a su realidad y comprenderla, buscando canales de comunicación que
se acerquen a el problema que enfrente, porque sí, es un problema, de esos que
siempre dejamos de lado, los que hacemos de cuenta no existen, los que no
queremos ver, manteniéndonos acostumbrados a que suceda que sería raro el que
no lo haga. El maltrato infantil se interpreta según diversas maneras, en más
de una dimensión, y es tan común que ya hasta “aburre” ser recordado como tal, pero
siempre resulta necesario, pues aunque lo vemos a diario sigue siendo penado e
ilegal.
El
trabajo infantil, enfocándonos en una perspectiva macro, a nivel del país, está
en una alarmante cifra, que a pesar de luchar por erradicar sigue manteniéndose
constante, estos niños trabajan
sin autorización legal y fuera del marco de una actividad o empresa, prácticamente se parte de un modelo de economía de
subsistencia, en donde se dedican, mayormente, al comercio ambulante
y la venta callejera. Si bien es cierto, nuestro país ha venido mostrando un crecimiento
económico en los últimos años, este no ha contribuido significativamente a
reducir el trabajo infantil registrado en la actualidad; prueba es que muchos
niños, niñas o adolescentes de bajos recursos económicos y en condiciones
precarias se ven en la necesidad de trabajar para sobrevivir renunciando así a
su presente y, muchas veces, a su futuro.
En la región Lambayeque, el panorama es igual de
desconcertante, y en la provincia de Ferreñafe, dónde se observan con naturalidad
casos de este tipo, a la vista y paciencia de los pobladores de la zona, se verían
asociados a factores internos relacionados a las condiciones en que vive el
niño, niña o adolescente, así como por factores externos, culturales, sociales,
económicos y políticos que llevan a los menores a desarrollar actividades
económicas, muchas veces en condiciones peligrosas. Que un niño fraccione su
tiempo entre trabajar y estudiar de forma simultánea, perturba al querer
acceder a una buena educación, lo que no le permite obtener un mayor bienestar
económico y social posterior.
El
darnos cuenta de la situación que enfrentamos como sociedad es el primer paso,
el desear cambiar las cosas nos acerca a resultados distintos y grandes. Necesitamos
trabajar con estos niños y/o adolescentes, pues estarían siendo población
vulnerable, incentivándoles a mirar en otra dirección y buscar horizontes con
mejores oportunidades. Para ello es elemental el ayudar a que estos niños y
adolescentes encuentren en sí mismo por qué son especiales y por qué necesitan
mejorar su condición de vida, haciéndolos tomar conciencia de la capacidad que
tienen, integrándolos de nuevo a la esfera social.
Cada
vez que hablamos de maltratos, pensamos en agresión física y quedamos parcializados
en solo eso, lo cual nos encapsula, nos restringe a ver más allá. Participación
para una futura reinserción, haciéndoles ver en sí mismo el PODER de ir tras
sus sueños, que no son seres inferiores, que no deben sumirse ante otros, que
nadie puede decirles que no pueden lograr algo, que son extraordinarios con sus
virtudes y defectos, que no pueden ser perfectos porque la perfección no
existe, que no son descarte social sino nuevos comienzos, que son lucha,
constancia y perseverancia.
Se
refuerzan las situaciones positivas, lo que el niño y/o adolescente pudo lograr
se aplaude, se le dice lo mucho que puede conseguir en un futuro cercano, se le
premia para afianzar su confianza, se le da herramientas para que, en base de
sus experiencias, destaque y se sienta bien consigo mismo, con sus logros, con
sus fortalezas, y no se aflija con sus debilidades pues solo conseguiría
improductividad en el camino, siendo un obstáculo para conseguir un ser humano
con visión, metas, convicción, un niño con aras de magnificencia humana y
profesional; una refrescada a su manera de ver la vida, una llamada de atención
a sus faltas de valor para enfrentar riesgos, un abrazo para sus caídas,
fortaleza para su desarrollo.
Para
que un niño o adolescente que haya vivido en maltrato psicológico, físico,
etc., consiga mejoras significativas existe solo un factor que determina el éxito
o fracaso de sus esfuerzos, y no tiene que ver con la productividad del mismo,
o con el impulso de quienes los rodea, o las influencias efectivas en su vida,
sino de una solución que la tiene incluida en su paquete personal de acción,
una solución intrínseca, de la cual no podría desligarse aunque quisiera, y es
querer progresar, tener motivación interna para proyectarse y superarse. Sin eso,
por más que se posea todos los factores alternos, no se podría tener nada. Se puede
mantener al niño o adolescente enfocado en un tema, podemos impulsarlo a
mejorar, puede haber cambios notorios en su comportamiento, pero si no está
implantado en su cabeza, si no nace de él, pues, aunque se intente sobremanera,
no se conseguirá nada y todo volverá a estar como anteriormente.
Si
cogemos un libro y lo leemos como un trabajo para el colegio, este libro solo
será interesante “por compromiso” y una vez entregado el informe nos habremos olvidado
de lo que leímos. Lo mismo pasa con el maltrato infantil, si no existe
compromiso personal no se puede avanzar. Lo que necesariamente es dable es el
guiarlos, encaminarlos en la dirección más acertada para cumplir con sus
objetivos planteados, con soluciones adaptables, prácticas y, en especial, adaptadas
al espacio social donde se desenvuelven sus actividades diarias. Y no solo el
reto es este, sino el trabajar con jóvenes por jóvenes, generaciones nuevas ayudándose
y obteniendo nuevas cosas. Además, no solo es hacer algo por niños y/o
adolescentes maltratados con trabajo infantil, sino a la comunidad, logrando
que se den cuenta que están dejando pasar males que ante sus ojos se exponen
deliberadamente, y que no deben estar con los brazos cruzados ante ellos, pues
no es correcto, el tema del trabajo infantil no podrá ser erradicado de un día
para otro, pero no por ello vamos a cruzar los brazos y esperar que otros hagan
algo por cambiar esta situación. El cuánto se alcance o no depende de cada uno
de nosotros, aquí no existen delegaciones ni jerarquías, todos juntos a todos,
para comenzar el cambio, para fomentar acciones, para exterminar el maltrato.
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